Nuestra Madre María

230. María, Madre de Jesús y Madre de la Iglesia, de Cristo cabeza y de cada uno de los miembros de su Cuerpo, es nuestra verdadera Madre. Por ser Madre suya la quiso Dios llena de gracia, con la insondable riqueza divina que conlleva la plenitud del amor-vida de Dios en Ella. Por ser Madre nuestra, de todos los hombres, Dios le ha constituido medianera do todas las gracias y dones suyos, en bien de todos y cada uno de sus hijos.
232. Las dificultades con que tropieza el hombre para nacer de nuevo a la vida divina, para iniciarse en su identidad cristiana sin malograr su gestación, desarrollo y crecimiento debido, hasta la madurez y plenitud de Cristo, reclaman necesariamente el cuidado de la Mamá(L.G. 63).
233. María es la persona elegida por Dios y así presentada y entregada por Jesús para ser nuestra verdadera Madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo. Hijo ahí tienes a tu Madre”(Jn 19,26.27). María es la herencia querida de Jesús que nos da en sucesión y cuyo recuerdo vivo nos transmite diariamente en la Eucaristía”(L.G. 50).
234. Para compartir abundantemente y cuidar la vida divina, que es amor, Jesús llama en su seguimiento a personas dispuestas a vivir sólo del amor de Dios en plenitud. María, toda y sólo amor, engendra, forma, educa y acompaña por los mismos pasos de Jesús a los dispuestos a seguirle hasta las mayores pruebas y extremos de amor.
235. El cambio sustancial en la vida del hombre, de volverá nacer, de morir para resucitar, pasar del egoísmo al amor, del odio e individualismo a la comunidad y fraternidad, del yo a Cristo, le resulta imposible al hombre por sí mismo. Sólo Dios, para el que nada hay imposible, nos lo enseña y comparte, delicada y pacientemente, por medio de María.
236. Al disponerse Dios a realizar su ideal sobre el hombre, creado en libertad, no puede el mismo Creador llevar a término su proyecto sin la libre y voluntaria colaboración del mismo hombre. Al faltar a menudo esta intervención y colaboración del hombre pecador en el plan de Dios, María se avecina y presta instintivamente su sí de Madre a cada uno de sus hijos afectados por la condición de pecadores.
237. Deficientes de luz, de fuerza de amor… el yo, el egoísmo, el orgullo, ignorancia y miseria de nuestro propio corazón, interfieren, neutralizan, desmoronan y arruinan el proceso del Espíritu en nuestra divinización. María nos incluye de nuevo en su entrega del Padre en el mismo Espíritu.
238. El fracaso con la no aceptación propia, el desánimo y derrotismo y tal vez la desesperación, frutos propios de nuestro individualismo y soberbia dejan en nosotros llagas y cicatrices, resabios amargos, difíciles de eliminar en este mundo de ambiente enrarecido y contaminado. Mil veces empezamos y nos levantamos y otras tantas veces sentimos la debilidad y flaqueza que nos bloquea o la caída que nos hunde. María vela junto a nosotros en espera atenta de la resurrección; y en todos los traumas de la vida propia y de los hermanos podemos experimentar la mano suave y fuerte, acogedora y firme de María. Su actitud materna, entrañable abre y resucita en nosotros la mirada tierna e inefable del Padre y el abrazo estrecho y seguro de Jesús que nos brinda una nueva y más firme amistad.
239. María es imprescindible en nuestra vida cristiana, en nuestra vocación y misión. Muchos son llamados y ciertamente pocos los que siguen. Muchos externamente siguen, pero de hecho, desertaron del seguimiento de Cristo. ¡A qué los esfuerzos, sacrificios e inversiones de toda una vida si se abandona aquel primer amor que nos regaló Jesús! El sigue mirándome fijamente con el mismísimo amor primero. Tal frustración y fracaso propio y para la Iglesia tiene su explicación en la ausencia de la Madre. Sin María se vive una orfandad imposible de superar.
240. La perseverancia en el verdadero seguimiento de Jesús, requiere una interminable paciencia, tanto en el proceso espiritual propio como en el de los demás. La paciencia es fruto del amor verdadero de Dios y este amor hunde sus raíces en la verdadera humildad. María es la Madre, la perfecta humilde a quien Dios colmó de todas las maravillas, que por generaciones extiende hasta nosotros.
241. María, Madre de Dios y de la Iglesia, la Mamá tan familiar y querida, ocupan un lugar único y decisivo, imprescindible e insustituible en el Verbum Dei. Ella impulsa y guía el ritmo creciente de nuestra vida de oración y apostolado, orienta y decide el desarrollo y configuración de la Fraternidad eclesial.
242. El rosario es y será siempre, juntamente con la Eucaristía, al acto más fraterno, familiar y hogareño de la Fraternidad, en torno a María, como constante Iglesia naciente, llena de Espíritu. Es el momento en que se resuelvan entorno a la Madre, todos los problemas familiares y apostólicos.
243. La presencia de María acompañará nuestras laboriosas jornadas misioneras, sustentadas por una fe viva y probada. Ella es el verdadero seno en el que, con Jesús y como Él, se forman los miembros en la Fraternidad, asociándolos plenamente al misterio de Cristo.

Estatutos de la Fraternidad Católica Misionera Verbum Dei.

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