La Santísima Trinidad

211.- La primerísima devoción y alimento básico de la espiritualidad y piedad cristiana se cimienta en la fe, esperanza y amor al Dios personal, -Uno en esencia y trino en persona-, “en El nos movemos, existimos y somos”(Hch 17,28). De El procedemos, en El vivimos y hacia El caminamos.
212. La piedad tradicional y popular, así como la Sagrada Liturgia, máxime la plegaria Eucarística, concentran toda nuestra devoción en el diálogo y coloquio constante con las Tres Divinas Personas. Del Padre y del Hijo con el Espíritu Santo, origen y fuente de toda santidad y de todo amor y vida, se deriva y proceda toda espiritualidad, piedad y devoción, con que nos nutrimos y crecemos en la perfección y santificación personal y comunitaria.
213. Son las Tres Divinas Personas que, “ab eterno”, concuerdan el despliegue y difusión de su propia existencia y felicidad infinitas en la creación, redención y santificación del hombre.
214. No cabe mayor declaración de amor que la de nuestro Dios, uno y trino, para con el hombre. El mismo le brinda su total amistad y convivencia, confianza e intimidad, en el diálogo sencillo, tierno, comprometido, fraterno, filial, esponsalicio, definitivo y eterno(Jn 14,21-23).
215. ¿Quién tuvo a Dios tan cercano como la Trinidad en nosotros, más viva unión, posesión más total, presencia más plenificante?(Dt 4,7). Es plenitud de amor puro, perfecto, completo y eterno. ¡Que dicha y felicidad, el que todo un Dios se me declare y brinde como huésped, familiar, amigo, padre y esposo, más íntimo en mí mismo que en mí propio ser!
216. El amor infinito de la Santísima Trinidad, realmente presente, vivo y actual en nosotros trasciende inefablemente de toda relación y expresión de afecto e intimidad intuible en el hombre: “Lo que ni ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman”(1Cor 2,9).
217. De nada nos serviría saber el tratado de la Trinidad sino tratamos de saborear, gustar beber, de ese manantial inagotable de amor infinito de Dios que irrumpe en nosotros mismos, de forma gratuita y por propia iniciativa suya, y que se invita El mismo a cenar y que cenemos con El, en un convite eterno y sobremesa sin fin. “Si alguno me ama guardará mi Palabra y mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él,”(Jn 14,23). “Mira que estoy a tu puerta y llamo, si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo”(Ap 3,20).
218. Es la dedicación de nuestro cuerpo, templo y morada de la Trinidad, la consagración del corazón como altar, a su culto exclusivo y la jornada diaria convertida en una liturgia de humilde adoración, en que la Trinidad Santísima tenga en cada uno de nosotros sus complacencias. Aún en el trajín diario de la vida, seducidos por su Amor, fácilmente entramos en el desierto de todo, de todos y de nosotros mismos y dejamos que Dios nos hable al corazón(Os 2,16).
219. Conviviendo con la Trinidad, establecemos en nosotros mismos la primigenia y verdadera Comunidad que será el germen genuino y la garantía segura de toda fraternidad con los hermanos y del verdadero estado de perfección. Tenemos ya instalada en nosotros mismos la primera y más rica Casa de Oración, la que orientará el estilo y culto que debemos tributar en cuanto centros y casas de oración levantados en el mundo a nuestro Dios.
220. En esta convivencia habitual con la Trinidad, el Reino de Dios está en nosotros mismos. Fácilmente con María, hacemos de nuestro vivir y convivir un “flat” constante y un “magníficat” sin fin a nuestro Dios tres veces Santo: A gloria del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.


Estatutos de la Fraternidad Católica Misionera Verbum Dei.

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